Hace tiempo, en una revista de la época, vi unas fotos en las que aparecían unas manos enfundadas en unos guantes de fregar, de un naranja rabioso, con unos fondos de colores efervescentes como las pastillas que aparecían en ellas. Me quedé sorprendido, las fotos estaban firmadas por: Ciuco Gutiérrez; no había duda, debía ser algún hispano que trabajaba en New York. Algún tiempo más tarde, paseando por la Feria del Libro de Madrid, encontré a una persona que, en una pequeña mesa más propia de un trilero, tenía dispuestas varias tarjetas postales con las imágenes que había conocido poco antes en la revista. Le pregunté el precio y al contestar, su acento desbarató todos mis esquemas: era su autor y ¡no era chicano¡.
Curiosamente no le dije nada, pero desde entonces seguí su trabajo con más curiosidad.
Ha pasado el tiempo y su obra no ha dejado de crecer. Lo que en un principio aparecía como un mero apunte, no ha hecho otra cosa que apuntalar un discurso perfectamente coherente, donde los cuerpos se convierten en paisajes, los paisajes en escenarios, los objetos en relatos, los relatos en sueños, los sueños en símbolos, pero símbolos que se transmutan en signos (de los tiempos) donde, con un grafismo propio de los medios de comunicación, Ciuco dibuja radiografías del alma en un lugar donde el juego se convierte en reflexión y la memoria en el pasto que alimenta a esos rebaños de corderos que pacen en sus imágenes.
Chema Madoz